Desde tiempos inmemoriales, las civilizaciones se han asentado próximas a lugares a donde había acceso al agua. Este recurso natural básico para la subsistencia siempre ha influido en las decisiones de las personas acerca de dónde vivir. Un informe recientemente publicado por el Banco Mundial advierte que alrededor de 1.000 millones de migrantes deben abandonar sus hogares a causa de la falta de agua. Actualmente, a medida que el cambio climático acelera la crisis mundial del agua, el incesante aumento del traslado de personas en todo el mundo exige pensar más cuidadosamente una respuesta para convertir esta crisis en oportunidades. Este flujo migratorio trae importantes consecuencias económicas y sociales que podrían evitarse. Detener la emergencia climática implicaría, también, resolver una crisis migratoria.
La emergencia climática a la que estamos asistiendo es una realidad fruto, entre otras cosas, del modelo de desarrollo insostenible de las naciones enriquecidas del Norte global. Los impactos del cambio climático, son muchos y de diversa gravedad: desde aquellos de desarrollo lento (elevación del nivel de mar) como los más repentinos (huracanes), estos hacen que muchas de las personas que habitan en los ambientes más vulnerables, por lo general localizados en el Sur global, tengan que emigrar en busca de mejores condiciones de vida. Este tipo de migraciones reciben el nombre de “climáticas”.
No todas la personas que deciden migrar lo hacen por elección propia. Muchas deben dejar sus hogares, sus familias y su vida entera atrás obligados por causas externas que son incontrolables. Guerras, problemas políticos, pobreza y también catástrofes naturales son algunas de las razones que impulsan a miles de migrantes a armar un maleta y emprender viaje rumbo a nuevos destinos.
Un informe recientemente publicado por el Banco Mundial, titulado “Ebb and Flow” (Fluctuaciones) advierte que actualmente, hay más de 1.000 millones de migrantes que deben abandonar sus hogares por cuestiones climáticas, y la falta de agua se relaciona con el 10 % del aumento de la migración mundial. Así, la investigación plantea que la falta de agua, y no el exceso (como las inundaciones), es lo que tiene un mayor impacto en los flujos migratorios, lo cual trae importantes consecuencias para el desarrollo económico. Para la realización de la investigación el Banco Mundial abarcó datos provenientes de alrededor de 500 millones de personas en 64 países entre los años 1960 y 2015, así como datos nacionales y globales.
La investigación afirma que, sin lugar a dudas, el cambio climático intensifica la migración inducida por el agua. Esto se debe a que, en particular, la variabilidad de las precipitaciones lleva a las personas a buscar mejores oportunidades en otros lugares. Diecisiete países del mundo —en donde vive el 25 % de la población mundial— ya están sufriendo estrés hídrico extremo, según los epertos. Los retos asociados con el agua pesan desproporcionadamente en los países en vías de desarrollo: más del 85 % de las personas afectadas por la variabilidad de las precipitaciones vive en países de ingreso bajo o mediano.
El problema no sólo radica en las personas que deben abandonar sus tierras, sino también en las complejidades que supone la llegada de cientos de migrantes a los nuevos territorios. La investigación del Banco Mundial explica que, globalmente, las ciudades son las más gravemente afectadas por la migración. Es por esto, que las grandes urbes necesitan tomar en cuenta las implicaciones de su crecimiento demográfico, no solo en relación al número de migrantes que reciben, sino también el capital humano que estos aportan.
La investigación afirma entonces que, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, la necesidad de generar resiliencia frente al agua es urgente. Aunque el panorama migratorio en relación a la escasez de este recurso es grave, el informe tiene también un apartado optimista. El mensaje es claro: Invertir en agua es rentable. Los expertos concluyen que, si existe la definición política de hacerlo, una serie de medidas y programas complementarios puede transformar las crisis inducidas por el agua en oportunidades. Cabe destacar que estas deben poner en el centro la protección de las personas y los medios de subsistencia. Las inversiones centradas en las personas, como redes de protección financiera, educación, abastecimiento de agua y saneamiento, atención a la salud y viviendas seguras para los migrantes pobres, pueden ayudar a proteger a las personas contra las graves crisis del agua.
Así, el documento explica que los responsables de formular las políticas públicas y tomar decisiones, especialmente en las regiones afectadas por conflictos como Oriente Medio y Norte de África, tendrán que generar soluciones de compromiso entre medidas de corto plazo para responder a las necesidades inmediatas de agua y medidas de largo plazo necesarias para abordar los problemas estructurales del sector hídrico. Al mismo tiempo, se plantea la necesidad de proteger los medios de subsistencia en las zonas de origen de los migrantes. Estas comunidades vulnerables se beneficiarían con inversiones para promover técnicas agrícolas climáticamente inteligentes, modelos de gestión y gobernanza del riego dirigidos por los mismos agricultores y la infraestructura verde, que sirve como medio de protección frente a la variabilidad y la escasez de agua. Sin olvidar que las medidas a corto plazo para reducir el impacto de las crisis del agua deben complementarse con estrategias a largo plazo a fin de ampliar las oportunidades y generar resiliencia en estas comunidades.